Nuestro protagonista de hoy ha sido el jefe skin más joven y temido de España. Vive en Madrid y es el pequeño de los hermanos. Toda su infancia y adolescencia fue a un colegio de curas. Su familia es de clase alta y nunca le faltó de nada, tuvo los privilegios que quiso. Solían castigarle en clase, tal y como el dice “era un ganso orgulloso de serlo”, si montaba alguna cosa le gustaba que llevara su marca, que la gente supiera que había sido él, no le importaba que le pillaran.
Empieza por el principio…
A los 11 años me quedé como estoy ahora en estatura, y al volver al cole después de unos meses de estar pachucho llegué como el rey del mambo por mi corpulencia y porque ya me gustaba hacer el ganso. Empecé a ser conocido en el colegio. Además me gustaba mucho el deporte, he hecho fútbol, taekwondo, deportes de riesgo…
¿Qué pasó entonces?
Empecé a fijarme en los que estaban unos cursos por encima y lo más importante es que los mayores empezaron a mirarme a mí y me buscaban a mí, querían que entrara en contacto con ellos. Enseguida entré en este círculo y con 11 años es una auténtica pasada que te estén mirando los mayores y poder entrar en sus conversaciones, que te hicieran caso. Te hacían caso no para quitarte el bocata sino para estar contigo.
El matón de clase…
Con 11 años, a la salida del colegio, un día me invitan a dar un paseo por Madrid, por el centro, cerca del Palacio Real y de Moncloa. El que llevaba un poco el cotarro del asunto nos empezó a enseñar la magnificencia de la construcción española y toda esa zona cargada por aquél entonces de una gran connotación franquista, nos querían hacer comprender la grandeza de la cual descendía España. Nos fueron explicando lo que había supuesto España para la historia. El gran imperio en el que no se ponía el sol, los tercios de Flandes, etc…
¿Qué supuso eso en tí?
Al final, después de todo esto, uno acaba maravillado. Yo, sin embargo, ya había cosas que conocía desde mi infancia.
Carai, ¿y cómo continúan tus andadas cuando todavía eras un crío?
Días después de esta primera excursión me llevaron a dar un paseo por Madrid, pero en vez de ir por la zona de Moncloa nos llevaron por los bajos de la plaza de España. Allí hay un sitio con un falso techo por donde pasan los coches, donde por ese entonces empezaron a llegar los primeros negros y luego por esa zona viven también muchas personas en la calle. Nos enseñaron esta zona y subimos por la Gran Vía, que por aquel entonces no estaba como ahora, había mucha prostitución y en las calles aledañas subiendo a la derecha se vendía la droga del momento, la heroína, y subiendo a la izquierda la cocaína.
¿Qué pasó entonces?
Nos metimos por una calle y en el portal de una casa nos encontramos a un vagabundo durmiendo con sus cartones. El que nos acompañaba nos preguntó: “¿qué haríais si os encontrarais con este hombre durmiendo en la cama de vuestra madre?” Yo lo tuve claro, en la cama de mi madre el único que entra es mi padre y en segundo lugar este tío no entra en mi casa. Entonces me miró y me preguntó: “¿Y qué crees que piensa tu madre patria teniendo a un tío como este durmiendo en ella?”. Yo lo tuve claro, a este tío hay que echarle de España, hay que echarle de la que ha sido “una, grande, limpia…”.
¿Cómo continuó el adiestramiento?
Días después me dieron un bate a la salida del colegio y nos fuimos a una calle muy cerquita, al lado del Corte Inglés de Princesa, donde hay dos colegios y una parroquia con bastante actividad. Eran las 5 de la tarde y había mucho movimiento pero fuimos a un cajero y me dijeron: “queremos que deje de ser un cajero”. Cogí el bate y dejó de ser un cajero. En mi ingenuidad pensé que iban a salir billetes pero no salió nada. Vieron que yo era tonto y entonces me invitaron a formar parte de lo que en Madrid en estos momentos estaba llegando. Ahora la gente lo conoce todo como los skins –los skins vienen después-, pero eso era en los 90 y lo primero que llega a Madrid pasando por Alemania y Francia y luego Barcelona es una unión entre la ideología nazi y la estética y el modo de hacer del Régimen Franquista y la Falange Española.
¿En qué consistía?
Madrid se dividía en zonas y en cada zona había una patrulla que se encargaba de limpiar las calles de Madrid de personas indeseables. La calle, antes, estaba controlada por diferentes tribus urbanas enfrentadas y mucho más marcadas que hoy día, que se ha convertido en una moda mucho más estética. En esos momentos era un modo de vida. Había bares, calles, zonas que tu sabías que si eras por ejemplo un “rocker” no podías pasar por la zona donde estuvieran los “mods” que luego pasaron a ser los góticos.
¿Y aparece entonces esta nueva “tribu urbana”?
En ese contexto aparece en Madrid una tribu urbana llamada a hacerse la reina de la calle. Con 11 años entré a formar parte de esa patrulla y ahí empieza un adiestramiento, un modo de hacer. Yo estaba fascinado porque me enseñaban no solo artes marciales, también a manejar armas. Además yo soy ambidiestro por lo que tenía mucha más facilidad para utilizar por ejemplo esos famosos palos unidos por una cadena o las mariposas, que se llaman mariposas porque hay que bailarlas para acojonar al personal. A mi esto me fascinaba. Empezaron a presentarme a chicas y a ofrecerme cigarrillos. Me sentía genial. Yo ya sabía que era genial porque me lo decía mi abuela, pero claro, era mi abuela. Cuando empezaron a decírmelo en la calle dije: “vaya, que razón tenía mi abuela”.
Pasaron los años y…
Con 13 años, el día de Reyes, me llamaron y me hicieron un regalo. El grupo había crecido bastante los últimos 2 años y medio y me ofrecieron ser el jefe de patrulla de la zona de Moncloa y esa zona es como el culmen de la ultraderecha. La zona nacional por excelencia, por donde entraron los nacionales en la guerra. Así que de repente me encuentro que con 14 años soy el rey del mambo. De la noche a la mañana me convertí en el jefe de patrulla más joven de España. Me convertí en el mimado, no me faltaba absolutamente de nada. Paseaba por Madrid y podía hacer lo que me viniera en gana. Estaba siempre con gente mayor de edad, gente mucho mayor que yo, algunos de 30 y pico años que estaban bajo mi cargo.
¿Cuál era tu función?
Yo recibía unos folios con fechas, nombres y direcciones y tenía que preparar esa limpieza de mi zona con la gente que estaba en mi patrulla. En este mundillo todos los días tienes que demostrar que eres el más fuerte. Si alguien no hace lo que se le ha mandado tu función también es asegurarte que es verdaderamente aleccionado. Vives con una tensión muy grande. A partir de este momento mi vida se convierte en un verdadero infierno.
¿Por qué?
Es la consecuencia de empezar a caminar hacia la muerte. He hecho de todo menos matar porque Dios no ha querido. Y no solo eso sino que he enseñado a hacer determinadas cosas. A la luz de esto mi vida empieza a caer en picado, mis estudios empiezan a caer en picado, empiezo a amenazar a mis hermanas, la mayor se entera de donde me estoy metiendo, me lo dice a mí y a mi padres y entonces la empiezo a amenazar a través de su novio que iba a mi colegio. Le decía que si quería seguir teniendo novio mejor que no dijera nada, porque de lo contrario el novio podía caerse por las escaleras y deformarse la cara.
¿Fueron a más las amenazas?
Empecé a amenazar a profesores y sacerdotes y empiezo a estar en todos los ámbitos de mi vida con una gran tensión para que no se sepa absolutamente nada de mí, para que no se sepa a lo que verdaderamente yo entrego mi vida. Empecé a hacer de todo y llegaba a casa marcado todas las semanas con heridas y roturas. Hay heridas que puedes disimular, pero que llegues a casa con 15 puntos de sutura, algo que se ve perfectamente que es un navajazo y un desgarro, no se puede disimular. Mi padres me decía que sabían que era un bruto pero lo que tenía no era de hacer el bruto jugando, lo que me estaba pasando iba más allá. Mi carácter además cambió y se volvió sombrío, muy sombrío.
¿Cómo era la relación con tus conocidos?
La gente me tenía miedo, se apartaba de mí. Algunos pensaban: “si no soy negro, si no soy prostituta, si no soy un inmigrante, conmigo no se meten. Yo que soy blanquito, así muy clarito, no se van a meter conmigo” pero esto es una leyenda urbana porque si van a por ti van a por ti. Si eres molesto por lo que sea o no quieres entrar a formar parte de lo nuestro eres una persona non grata y hay que echarte. Esto en el papel puedes entenderlo pero cuando estás haciendo según que limpiezas empiezas a destrozar lugares con personas que tu conoces y que te conocen desde niño.
¿Recuerdas algún caso concreto?
Recuerdo el caso de una panadería cerca del colegio donde desde pequeños todos los viernes nuestra madre nos compraba un bollo. Regentaban esa panadería un matrimonio mayor, y hubo un día que como no querían pagar tuve que destrozarles el local y ver la cara de este matrimonio al que conocía desde niño y que me conocía desde niño, sabía donde vivía y cómo me llamaba, me dejó destrozado a mí, con esto vete luego tu a dormir. Vete tu a dormir después de que un pobre hombre de 30 años con su mujer y sus hijos al lado se ponga frente a ti de rodillas suplicándote perdón y tu no tener ningún inconveniente en patearle la cara.
¿Podías cargar con eso?
Lo que no te dice nadie es como conseguir dormir después de hacer esto. Vas a la cama con una agresividad grande y no puedes decir: “vamos, ahora duermo”. Tuve que empezar a tomar alcohol y sustancias para poder dormirme y también para poder levantarme y aparentar que a mi no me afectaban estas cosas, con lo que yo era un auténtico polvorín.
¿Y tu familia?
Pasan los años y llega un verano en que mis padres me dicen que mis hermanas se quedarán en Madrid y que yo me vaya con ellos de crucero. Yo no tengo ningún problema en ir, hay muchas chicas en bikini. Luego descubro que a estos cruceros va el inserso y poco más. Nos fuimos y cuando me encontré el percal me quise echar para atrás pero ya era tarde. Por suerte ya estábamos en septiembre y se acercaban los exámenes de recuperación. Yo pensé que volveríamos pronto para estudiar pero el crucero se alargaba y mis padres no me decían que estudiase, no me decían nada. Yo me empecé a mosquear porque se hacía difícil hacer un seguimiento desde el crucero, era un mundo prácticamente sin internet y sin móvil. Ahora sería muy diferente. Y claro, en un barco, para hacer llamadas, podías hacerlas desde el camarote pero todo pasaba luego a la factura de mis padres así que la forma de disimular mi gran número de llamadas a España era hacer las llamadas en las escalas. Esto me empezó a poner nervioso y en Estambul les dije a mis padres que me volvía solo a España. Mi madre me dijo que vale y me dijo entonces que me habían apuntado en un instituto público de un pueblo de Madrid. No me gustó nada el nombre de ese pueblo, que por entonces no conocía, ni tampoco la idea de un instituto público, que para mí era donde iban los pobres.
¿Qué hiciste entonces?
Yo, señorito de Madrid, yo, jefe de patrulla, yo, que ya era el rey del mambo en Madrid, no quería ir al instituto, iba a ir Rita la cantaora. Al día siguiente volvía a España. Mis hermanas se habían quedado en Madrid para preparar las matriculaciones en el instituto y dejarlo todo listo. Cuando llegué con mi madre al instituto para que me presentase ella intentó vender el producto como pudo. La jefa de estudios, que tenía muy mala uva, le dijo a mi madre que por las faltas de asistencia no se preocupara, que cuando acumulara 40 llamarían a casa. Eso era todo un lujo, tenía dos meses de margen y eso me abrió los ojos. La idea del instituto ya no me parecía tan mala. Mi padre me llevaba en coche hasta el sitio donde se cogían los autobuses y yo me bajaba en la parada siguiente, jamás había cogido un transporte público, yo no conocía hablar con gente un nivel inferior a mí.
Vamos, que no pisaste el nuevo instituto…
En el instituto público me encontré gente disfrazada, pijos disfrazados de hippies y revolucionarios con camisetas del Che que luego tenían sus piscinitas. Un día mi padre me preguntó dónde iba por las mañanas y yo le dije que al instituto pero él me dijo que no, que allí ni me conocían, sabían de un matrimonio que llevaba a sus hijos y jamás me habían visto. De repente me encuentro con que mi familia me pone un guardaespaldas encargado de ir conmigo al autobús y esperarme en la puerta del instituto, luego me acompañaba de vuelta a casa y cuando entrábamos se cerraba la puerta. Si yo salía a hacer deporte o a pasear el perro también venía conmigo.
¿Las cosas cambiaron con el guardaespaldas?
La primera semana en el instituto me daba tanto asco que ni me senté, luego ya por el cansancio tuve que hacerlo pero como allí puedes poner tu pupitre donde quieras cogí el mío y me la puse detrás de todo, callado y sin hablar con nadie. Por aquél entonces ya tenía 19 años. En la clase había una chica que me gustaba bastante. Todos los días venía y me saludaba. Yo le ponía mis mejores poses y cuando se descuidaba no es que le pusiera mis mejores poses, le ponía toda la zarpa encima, es a lo que estaba acostumbrado con las chicas, pero ella no quería nada conmigo.
¿Y qué paso con tu grupo de la patrulla?
Con el tiempo en mi casa empiezan las amenazas porque se me hace imposible acceder a mi patrulla y sobre todo llevarla. Mi nombre cayó en desgracia por no ser capaz de adueñarme de mis padres y entonces me convierto en persona non grata, la gente recibe órdenes de matarme. Yo salía de casa con guardaespaldas, me insultaban, me tiraban cosas y empezaron a hacer pintadas en mi casa, a zarandear a mis hermanas.
¿Cómo lo vive esto tu familia?
Un buen día me llaman del instituto y me dicen que vuelva a casa que ha sucedido algo con mi familia. Mi madre había salido a comprar a El Corte Inglés y al salir le dieron una paliza y en una moto la fueron arrastrando por toda la calle hasta dejarla en el portal de casa. Cuando te enteras de eso te entra un sentimiento que no sabes canalizar, una mezcla de odio, rabia, incomprensión porque han sido tus amigos los que le han hecho esto a tu madre y una vergüenza tremenda porque no eres capaz de hablar con tu madre porque te dirá que es culpa tuya y que la dejes en paz. Yo no fui a verla hasta que mi padre un día me dio uno de los mejores guantazos que me han dado en toda mi vida y me dijo: “tu madre pregunta por ti y vas a ir a verla”. Fui al hospital, a la UVI, y vi a mi madre completamente intubada, en ese momento consciente, y lo que pensé que me diría es: “eres mayor de edad, lárgate, eres mayorcito, no hay quien te aguante y hasta aquí hemos llegado” y lo que me encontré fue una mujer que me miró y me dijo: “hijo, no dejes los estudios”. No me dijo nada más, solo eso.
¿Después de este ataque que sufrió tu madre qué pasó?
Nos tuvimos que cambiar dos veces de domicilio hasta que terminamos en el pueblo del instituto, en una urbanización perdida. Todos los movimientos que yo hacía eran con guardaespaldas. Se acabó el autobús, pasé a ir en coche. Dejé de tener acceso a cualquier medio de comunicación, no tenía acceso absolutamente a nada.
¿Y cómo te tomaste este cambio?
Dejé de hablar en mi casa. Estuve un año y medio sin hablar absolutamente nada. El día de Reyes o de mi cumpleaños mi madre o mi padre me daban el regalo, yo lo dejaba a un lado, esperaba estrictamente a que se terminase el jolgorio y soplaba las velitas quien quería porque yo no me movía. En la comida familiar de los domingos me sentaba, comía y me iba. Todo eso provocaba bastante tensión en casa.
Paralelamente a esto, ¿cómo iba en el instituto?
En el instituto, mientras tanto, en ese no saber qué hacer con tu vida, llega la Semana Santa y la chica en la que me fijé me dice si voy con ellos, con su grupo de amigos, a una Pascua juvenil. Lo primero que yo le pregunté es si se dormía allí. Ella, que me tenía calado, me dijo que sí, que con sacos de dormir, chicas por un lado y chicos por otro. Le dije entonces que ni hablar, a mí eso me sonaba a hippie total.
¿Qué te dijo entonces?
Me dijo que de todas formas me habían visto dibujar y que lo hacía bastante bien y para la Hora Santa necesitaban a un Cristo en Getsemaní para ponerlo en el oratorio. Y yo le dije: “va, te lo hago”. Pero no tenía ni idea de qué era Getsemaní.
¿Y qué hiciste?
Voy a casa, cojo la Biblia, ante el asomo de mi familia que se pregunta qué es lo que voy a hacer con la Biblia, busco en el índice que hay al final y encuentro el capítulo que habla de Getsemaní.
¿Qué pasa entonces?
Me encuentro a un tío que está solo, al que sus amigos han abandonado, al que todo el mundo quiere matar, un tío que está sufriendo horrores pero que entrega la vida. Un tío que en esas circunstancias es capaz de decir: “Pero hágase tu voluntad, Padre”.
¿Qué provocó eso en ti?
Yo no lo entendí, no entendí cómo pudo decir sí a eso que era una mierda. Seguí leyendo y me encontré con un tío que decía cosas como: “nadie me quita la vida, la entrego libremente”. Yo pensaba que estaba loco. Seguí leyendo y el tío muere. Y no solo eso, muere diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y ahí, en la soledad de mi cuarto, me eché a llorar.
¿Por qué?
Quería comprender cómo alguien en esa situación podía tener una respuesta como aquella. Yo me lo callé, le di el dibujo a la chica y en ese instante empecé a fijarme más en ella y en sus amigos, que para mí hacían cosas surrealistas, pero yo lo que quería era ‘llevármela al huerto’, y no al de Getsemaní precisamente.
A todo esto, ¿la relación con tus antiguos amigos cómo estaba?
Un 14 de noviembre recibo la llamada de un chico que me dice que un amigo se ha suicidado. No tenía recuerdos de la infancia sin ese amigo, nos conocíamos de toda la vida, desde pequeños. Además, fui yo el que le metió en la patrulla.
Un golpe duro…
Tres días después recibí una carta que me mandó este chaval antes de suicidarse. Se lanzó desde la Torre de Madrid.
¿Qué ponía en la carta?
Muchas cosas, pero con lo que me quedé es con lo que escribió al final de todo: “así lograré que vuelvan a mirarme a la cara”. Cuando eres el malo te sumerges en un amargo abandono, porque al ‘malote’ nadie le pregunta: “¿cómo estás?” y eso genera una gran soledad. A él no se le ocurrió otra cosa que pensar que, si estampaba su cabeza contra el suelo, se acercarían a ver qué había pasado y le mirarían. Yo leí la carta e inmediatamente pensé: “¿por qué no hacer lo mismo?”.
¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Al instante de pensar en el suicido aparecieron en mi cabeza dos rostros que siempre me habían mirado a la cara, mi madre y la chica del instituto, e inmediatamente después pensé en lo que unía a estas dos mujeres. Las dos miraban y seguían al que me había hecho llorar a mí en Semana Santa.
Entonces…
Dije, “antes de hacer nada, voy a comprobar si esto es verdad”. Fue entonces cuando empecé a ir más con esa gente del instituto que habían generado en mí un sentimiento de envidia, me sorprendía mucho cómo se trataban entre ellos. Jamás había tenido eso. Yo antes siempre dependía de ser el más guay, el más fuerte, el más todo.
¿Y qué es lo que viste? ¿Qué comprobaste?
Un día me invitaron a hacer una mudanza en una de las parroquias del pueblo del instituto y cargando unas cajas se cayó un cartel pegado en la pared que ponía: “confesiones los miércoles después de Misa” y yo empecé a reírme a destajo. Mis amigos del instituto estaban en una reunión en un salón parroquial y se acercaron para ver qué pasaba, me explicaron entonces que había un sacerdote que se ponía los miércoles en un patio interior de la parroquia a confesar a los jóvenes que querían. Lo primero que pensé es: “voy a ir yo a ese cura y le voy a escandalizar, le voy a soltar toda mi matraca, a ver si es capaz de perdonarme”.
¿Qué pasó?
Fui el miércoles siguiente a voz en grito por toda la parroquia buscando al cura ese. Cuando encontré el patio interior entré y el sacerdote estaba al otro lado del patio. Empecé a gritar todo lo que había hecho y pensé: “ a ver si tienes huevos de perdonar mis pecados”. Vomité todo lo que había hecho y cuando terminé me caí literalmente al suelo porque yo me quería morir, pero era incapaz de matarme. Me sentía como la mayor de las mierdas. Me hice un ovillo y empecé a llorar.
¿Qué te dijo el sacerdote?
Se acercó, se arrodilló y me abrazó. Y abrazado me dio la absolución. Entonces me pregunté: “¿este quién es?”. No quería que ese hombre dejara de abrazarme, en ese instante era lo único que sostenía mi vida.
¿Te cambió la vida?
Esa misma noche lo primero que hice al llegar a casa fue coger a mi madre y comérmela a besos, pensó que se me había ido la olla. Dormí como nunca, sin tomar absolutamente nada y a pierna suelta. Dormí como un bebé y lo más extraño fue que me desperté sin que tuvieran que despertarme cinco veces y me fui corriendo al instituto porque estaba feliz y me moría de ganas de contarles a mis compañeros lo que me había pasado.
¿Y cómo dejaste todas las drogas y el alcohol?
¿Cómo dejé las drogas y el alcohol? De golpe. ¿Qué hizo Dios conmigo? Un milagro.
Cuéntanos algo más de la chica del instituto…
Al poco tiempo de hacer este cambio empecé a salir con ella y me enseñó dos cosas que en mi vida han sido fundamentales. La primera fue que me enseñó a rezar y a ponerme de rodillas para hacerlo. Yo era incapaz de ponerme de rodillas porque era a lo que obligaba a la gente para dejar claro quién mandaba. Para mí ponerse de rodillas era un signo de debilidad. Ahora, en cambio, creo que es la postura más humana porque es reconocer que todo nos es dado.
¿Y la segunda cosa que te enseñó?
Lo segundo que me enseñó fue el amor, me enseñó a amar. Yo estaba acostumbrado a que tía que me gustaba, tía de la que me aprovechaba hasta que apareciera otra que estuviera mejor. Sin embargo, esta chica me enseñó a reconocer el valor de un beso, de una caricia, de un abrazo… Me enseñó a sobrecogerme sin tener que tocarla.
¿Cómo?
Recuerdo que en un tanatorio yo estaba hablando con la familia del difunto y ella entró y yo la miré y me sobrecogí de arriba abajo y de abajo arriba. Que esa mujer me quisiera era leche. Yo supe que podía sobrecogerme de amor contemplándola.
¿Qué más recuerdas de vuestra relación?
Recuerdo una vez, haciendo el camino de Santiago, que teníamos cita concertada para ir a Misa en la cripta de la Catedral. Poco antes de la celebración decidimos parar todos a ducharnos, pues, con lo pequeña que era la cripta, moriríamos asfixiados. Al salir de la ducha me di cuenta que me lo habían robado todo y me puse a gritar como una fiera, pero poco más pude hacer porque solo tenía una toalla. Los otros, que sabían que cuando venía mi chica me convertía en un corderito degollado, le dijeron que me convenciera para que me pusiera cualquier cosa para no llegar tarde, y eso es lo que hice.
Carai…
Al llegar el momento del Evangelio el sacerdote lee: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Id y anunciad el Reino de Dios” y todo el mundo empezó a reírse. Yo estaba muy feliz y allí fue la primera vez que me pasó por la cabeza lo de hacerme sacerdote, pero desterré la idea rápido porque tenía al lado a mi novia y lo veía imposible.
¿Lo comentasteis?
Lo hablamos varias veces y ella un día me dijo: “creo que tienes que mirar si a ti Dios te llama para algo más grande. Yo te espero, pero tienes que mirar lo que Dios quiere de ti”.
¿Y tu qué hiciste?
Probé en los Franciscanos, pero vi que no era lo mío. Luego entré al seminario a estudiar teología para conocer “las cosas” de Dios. El formador nos dijo a un compañero y a mí: “después tenemos que deciros algo”, esa frase maldita que asusta cada vez que la oyes. Yo no deseaba ser sacerdote, en ese momento yo solo quería lo que Dios pidiera de mí, como ahora, no era el típico que desde pequeño ya quería ser sacerdote y pensé que nos iban a echar. Si me preguntan, ahora también digo que no quiero ser cura, que quiero lo que Dios quiera de mí.
¿Y qué fue lo que os dijeron?
Nos propusieron entrar en el seminario. Por aquel entonces llevábamos un año estudiando Teología y nos dijeron que podíamos dar un salto más.
¿Qué contestasteis?
De repente me encontré que había respondido que sí. Entré al seminario, aprendí muchísimo, pero la debilidad del hombre y la tentación es muy grande. Me fijé en las manos de los sacerdotes y vi todo lo que hacían con ellas (bendecir, consagrar…) y luego miraba las mías y veía que habían roto muchas vidas y pensaba: “es imposible que Dios pueda consagrar estas manos”.
¿Te fuiste?
Un sacerdote me dijo algo que durante un tiempo me ayudó, que era Cristo el que me escogía para que partiera su cuerpo en la consagración y no el de ninguna otra persona.
¿Y después de este tiempo?
Se acercaba la ordenación y pensaba: “para ser mal cura, mejor no defraudar al Señor”. Aunque me duela decirle que no, no puedo decirle que sí. Así que fui a notificarlo para que supieran que me iba del seminario y me dijeron que era imposible.
¿Imposible?
Sí, ya no me podía ir.
¿Por qué?
Venía Juan Pablo II a unas canonizaciones en Cuatro Vientos y me habían escogido a mí para dar testimonio delante del Papa. En esa celebración las palabras del Papa me hicieron llorar.
¿Con qué te quedas del día en el que diste el testimonio frente a una gran multitud y el Papa?
Los que habíamos intervenido en la celebración pasamos al final a recibir de Juan Pablo II un rosario. Cuando me tocó a mí me arrodillé para recibir el rosario y, en un gesto muy característico suyo, me cogió de la nuca, me acercó a su pecho y me dijo: “Cristo te necesita”. No me dijo nada más.
¿Cómo reaccionaste?
Al instante me llevaron al Samur móvil, tuve un ataque de ansiedad. En la ambulancia también estaban atendiendo a la Niña Pastori.
Carai…
Yo ese día tuve dos certezas: que Dios me amaba y que quería que fuera sacerdote. Eso me hizo profundamente feliz, desde entonces cada noche le doy gracias por lo que ha hecho en mi vida. Ahora ya llevo siete años siendo sacerdote.
Tu familia y la gente que te rodea también debe dar gracias a Dios…
Hace poco me tocó dar un curso de novios en la parroquia y de repente entra un chaval con su novia. El chico iba a mi clase del colegio. Entró en la sala y se quedó a cuadros. Al terminar la charla, vino y me dijo: “mira, llevo desde que has entrado dando gracias, jamás pensé que tú me ibas a hablar de amor”.
La vida da muchas vueltas…
Si escuchas la voz del Señor en tu vida verás milagros. Hay una cosa que me ha quedado muy clara y que quiero transmitir: jamás pongáis la mano al infierno mismo, a cualquier ideología. La descubres un día, no pasa nada, y al día siguiente estás con un bate de béisbol en la mano sin saber cómo ha sucedido y ya estás en el infierno. Jamás podré desear a nadie, por indeseable que sea, que conozca el infierno que yo he vivido.
¿Y cómo terminó con tus amigos de patrulla?
Yo pensaba que eran mis amigos hasta que descubrí que la amistad es la unión de imperfectos buscando la perfección. Con esos colegas ha pasado de todo. Duele mirar fotos del colegios y ver cuántos se han quedado por el camino. Hay varios que se han suicidado, otros tantos que están en la cárcel y algunos que están bastante mal por las drogas.
¿Y con la chica?
Es un puntal en mi vida, es una santa y he tenido la gran suerte de poder casarla yo. Mi madre, en su mesita, tiene una foto del Santísimo, otra de la Virgen del Carmen y una foto de la chica. Ella odia que la mencione, jamás digo su nombre y jamás ha querido saber cuál es mi pasado, nunca ha querido escuchar mi testimonio.
¿Por qué?
Quizás porque es una santa. El día antes de su boda su madre murió. Yo la llamé para decirle si seguíamos adelante con la boda y me dijo que sí, que todos los besos que su madre le hubiera dado en ese día tan especial los recibiría a través del mismo Dios en el momento de la comunión.
¿Cuándo te dejaron de perseguir tus “colegas”?
No lo sé. Cada vez me persiguen menos, va por oleadas, pero el movimiento de ultraderecha está volviendo a coger mucha fuerza, aunque también es verdad que la calle a día de hoy la tiene la izquierda.
¿Pero siendo sacerdote ha seguido la persecución?
El día de mi ordenación como sacerdote mis amigos vinieron a matarme. Estaba yo en la sacristía y el cardenal hablando con la gente y haciéndose fotos. Vinieron entonces dos seminaristas y me dijeron que en la puerta había unos tíos con unas pintas bastante raras que preguntaban por mí. Un compañero mío que conoce toda mi historia lo oyó y me dijo: “yo salgo contigo y miramos”, salió también con nosotros el formador y el cardenal con el báculo.
¿Qué pasó al salir?
Me encontré a dos tíos a los que conocía. Me dijeron: “mira, veníamos a por ti, pero es ver la felicidad con la que has entrado y es imposible matarte”. Esa es la libertad que te da Dios y eso les mataba de envidia.
¿Algo para acabar?
Una vez, estando ya en el seminario, cogí el metro y en otro vagón estaba un chaval que yo conocía porque tenía la cara completamente desfigurada. De esas cosas te acuerdas. Me acerqué, no por voluntarismo sino porque el Señor quiso, y le dije: “mira, no sé si te acuerdas de mí, pero yo soy el que te hizo eso y vengo a pedirte perdón”. Me cruzó la cara la señora que estaba a su lado, que era su madre. El joven la detuvo, me miró y dijo: “si no te hubiera perdonado, nunca te hubiera olvidado y entonces tu habrías vencido”.