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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

jueves, 5 de marzo de 2020

LA EPIDEMIA DEL MIEDO

¿El pánico colectivo que estamos presenciando hoy
no revela nuestra relación distorsionada con la realidad de la muerte? 
¿No manifiesta la ansiedad que provoca la pérdida de Dios?



Comunicado de prensa de Monseñor Pascal Roland, obispo de Ars-Belley:

 Más que a la epidemia de coronavirus, debemos temer a la epidemia del miedo. Por mi parte, me niego a ceder al pánico colectivo y a someterme al principio de precaución que parece mover a las instituciones civiles.

 Así que no tengo la intención de emitir instrucciones específicas para mi diócesis: ¿los cristianos dejarán de reunirse para rezar?  ¿Renunciarán a tratar y a ayudar a sus semejantes?  A parte de las precauciones elementales que todos toman espontáneamente para no contaminar a otros cuando están enfermos, no resulta oportuno agregar más.
 Deberíamos recordar que en situaciones mucho más serias, las de las grandes plagas, y cuando los medios sanitarios no eran los de hoy, las poblaciones cristianas se ilustraron con pasos de oración colectiva, así como  por la ayuda a los enfermos, la asistencia a los moribundos y la sepultura de los fallecidos.  En resumen, los discípulos de Cristo no se apartaron de Dios ni se escondieron de sus semejantes, sino todo lo contrario. 

 ¿El pánico colectivo que estamos presenciando hoy no revela nuestra relación distorsionada con la realidad de la muerte? ¿No manifiesta la ansiedad que provoca la pérdida de Dios?  Queremos ocultarnos que somos mortales y, al estar cerrados a la dimensión espiritual de nuestro ser, perdemos terreno.  Disponiendo de técnicas cada vez más sofisticadas y más eficientes, pretendemos dominarlo todo y nos ocultamos que no somos los señores de la vida.

 De paso, tengamos en cuenta que la coincidencia de esta epidemia con los debates sobre las leyes de bioética nos recuerda oportunamente nuestra fragilidad humana.  Esta crisis global tiene al menos la ventaja de recordarnos que vivimos en una casa común, que todos somos vulnerables e interdependientes, y que es más urgente cooperar que cerrar nuestras fronteras.

 Además, parece que todos hemos perdido la cabeza.  En cualquier caso, vivimos en la mentira.  ¿Por qué de repente enfocamos nuestra atención sólo en el coronavirus?  ¿Por qué ocultarnos que cada año en Francia, la banal gripe estacional afecta a entre 2 y 6 millones de personas y causa alrededor de 8000 muertes?  También parece que hemos eliminado de nuestra memoria colectiva el hecho de que el alcohol es responsable de 41000 muertes por año, y que se estima en 73000 las provocadas por el tabaco.

 Lejos de mí, entonces, la idea de prescribir el cierre de iglesias, la supresión de misas, el abandono del gesto de paz durante la Eucaristía, la imposición de este o aquel modo de comunión considerado más higiénico (dicho esto,  cada uno podrá hacer como quiera), porque una iglesia no es un lugar de riesgo, sino un lugar de salvación.  Es un espacio donde acogemos al que es Vida, Jesucristo, y donde, a través de Él, con Él y en Él, aprendemos juntos a vivir.  Una iglesia debe seguir siendo lo que es: un lugar de esperanza.

 ¿Deberíamos calafatear nuestras casas?  ¿Deberíamos saquear el supermercado del barrio y acumular reservas para prepararnos para un asedio?  ¡No!  Porque un cristiano no teme a la muerte.  Es consciente de que es mortal, pero sabe en quién ha puesto su confianza.  Él cree en Jesús, que le afirma: "Yo soy la resurrección y la vida.  El que cree en mí, aunque muera, vivirá;  y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”(Juan 11, 25-26).  Él se sabe habitado y animado por "el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos" (Romanos 8:11).

 Además, un cristiano no se pertenece a sí mismo, su vida debe ofrecerse, porque sigue a Jesús, quien enseña: “El que quiera salvar su vida, la perderá;  pero quien pierda su vida por mí y el Evangelio, la salvará ”(Marcos 8:35).  Ciertamente, no se expone indebidamente, pero tampoco trata de preservarse.  Siguiendo a su Maestro y Señor crucificado, el cristiano aprende a entregarse generosamente al servicio de sus hermanos más frágiles, con miras a la vida eterna.

 Entonces, no cedamos ante la epidemia de miedo. No seamos muertos vivientes. Como diría el Papa Francisco: ¡no os dejéis robar la esperanza!

 + Pascal ROLAND


sábado, 5 de enero de 2019

Papá... ¿existen los reyes magos?



– ¿Papa?

– Sí, hija, cuéntame.

– Oye, quiero… que me digas la verdad.

– Claro, hija. Siempre te la digo, respondió el padre un poco sorprendido.

– Es que… titubeó Cristina.
– Dime, hija, dime.

– Papá, ¿existen los Reyes Magos?

El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.

– Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
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La nueva pregunta de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:
– ¿Y tú qué crees, hija?

– Yo no se, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.

– Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero…

– ¿Entonces es verdad?, cortó la niña con los ojos humedecidos. ¡Me habéis engañado!

– No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen, respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina.

– Entonces no lo entiendo. Papá.

– Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.

Cristina se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:

– Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:

– ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.

– ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:
– Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.

Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:
– Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?

– ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero. no podemos tener tantos pajes., no existen tantos.

– No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.

– ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.

– Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.

– Sí, claro, eso es fundamental, asistieron los tres Reyes.

– Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?

– Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje, respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

– Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?

Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:

– Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen.

También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.

Cuando el padre de Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
– Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.

Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:

– No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.

ARTABÁN, el cuarto rey mago


Hay una leyenda que, sin ser parte de la Revelación, nos enseña lo que Dios espera de nosotros:

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Se cuenta que había un cuarto Rey Mago( ARTABÁN), que también vio brillar la estrella sobre Belén y decidió seguirla. Como regalo pensaba ofrecerle al Niño un cofre lleno de perlas preciosas. Sin embargo, en su camino se fue encontrando con diversas personitas que iban solicitando de su ayuda.

Este Rey Mago las atendía con alegría y diligencia, e iba dejándoles una perla a cada uno. Pero eso fue retrasando su llegada y vaciando su cofre. Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables y no podía dejarlos desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para aliviarles sus penas y luego procedía su marcha, que nuevamente era interrumpida por otro desvalido.

Sucedió que cuando por fin llegó a Belén, ya no estaban los otros Magos y el Niño había huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. El Rey Mago siguió buscándolo, ya sin la estrella que antes lo guiaba.


Buscó y buscó y buscó… y dicen que estuvo más de treinta años recorriendo la tierra, buscando al Niño y ayudando a los necesitados. Hasta que un día llegó a Jerusalén justo en el momento que la multitud enfurecida pedía la muerte de un pobre hombre. Mirándolo, reconoció en sus ojos algo familiar. Entre el dolor, la sangre y el sufrimiento, podía ver en sus ojos el brillo de la estrella. Aquel miserable que estaba siendo ajusticiado era el Niño que por tanto tiempo había buscado!!

La tristeza llenó su corazón, ya viejo y cansado por el tiempo. Aunque aún guardaba una perla en su bolsa, ya era demasiado tarde para ofrecérsela al Niño que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz. Había fallado en su misión...

Y sin tener a dónde más ir, se quedó en Jerusalén para esperar que llegara su muerte.

Apenas habían pasado tres días cuando una luz aún más brillante que la de la estrella, llenó su habitación. ¡Era el Resucitado que venía a su encuentro!

El Rey Mago, cayendo de rodillas ante Él, tomó la perla que le quedaba y extendió su mano mientras hacía una reverencia. Jesús le tomó tiernamente y le dijo:

“Tú no fracasaste. Al contrario, me encontraste durante toda tu vida. Yo estaba desnudo, y me vestiste. Yo tuve hambre y me diste de comer. Tuve sed y me diste de beber. Estuve preso, y me visitaste. Pues yo estaba en todas las personas que atendiste en tu camino”.

jueves, 30 de marzo de 2017

¿Has endurecido tu corazón?


Entre el ser y el hacer


Supongo que la intención de los directores de este corto no era hacer una reflexión cristiana.. pero a mí me lleva a plantearme por las veces que nos dejamos llevar por el hacer, la acción, el activismo y con ello descuidamos el ser, nuestra identidad... Cuántas veces nos quedamos en el envoltorio, en solo la persecución de un resultado concreto... y con ello descuidamos el motivo, la motivación... 

No importa lo que hagamos sino el porqué lo hacemos.




«Los niños nos recuerdan que somos siempre hijos: aunque uno sea adulto, o anciano, aunque sea padre, ocupe un puesto de responsabilidad, en el fondo sigue estando la identidad de hijo. Y esto nos remite siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado sino que la hemos recibido. A veces corremos el riesgo de vivir olvidando esto, como si fuéramos nosotros los dueños de nuestra existencia, y en cambio somos radicalmente dependientes. En realidad, es motivo de gran alegría sentir que en cada edad de la vida, en toda situación, en  toda condición social, somos y seguiremos siendo hijos. Este es el principal mensaje que los niños nos dan, con su misma presencia» 

Papa Francisco, Catequesis sobre la Familia- 8 de marzo 2015

miércoles, 15 de marzo de 2017

Carta de un sacerdote a joven que parodió un “aborto” de la Virgen María

El pasado 8 de marzo, con ocasión del Día de la Mujer, un colectivo feminista realizó una manifestación en la
ciudad de Tucumán, Argentina. Al llegar frente a la catedral, una de las participantes disfrazada de la Virgen María parodió “un aborto” con abundante pintura roja para simular el sangrado.

Este hecho ha sido duramente criticado en las redes sociales, donde la joven ha sido identificada como la psicóloga infantil Marina Breslin.

A continuación la carta abierta que el padre Leandro Bonnin le dirige:

Marina:
No me resulta fácil escribirte. Una mezcla de indignación y tristeza invade mi alma, como también la de cientos de miles y quizá millones de argentinos.
Una mezcla de indignación y tristeza que, esta vez, no consigo serenar fácilmente.
Porque para cualquier argentino de ley, que ataquen a su mamá es algo muy grave.
Y vos has atacado a la mía, a la nuestra, a la Madre del Pueblo Argentino, incluso de aquellos que hoy, confundidos o desconocedores de su rostro y su regazo, no la sienten así.
Y aunque a esta altura de los hechos ya casi nada nos sorprende, he de decir que esta vez el agravio vuelto blasfemia ha superado todo límite. Una blasfemia con todos los inconfundibles signos de lo diabólico, por su malicia, su perversidad, y por sobre todas las cosas por el odio hacia María.
Y, paradójicamente, esa Mujer a la que parodiaste es, en cuanto mujer y en cuanto Madre, la más espléndida y certeza reivindicación de lo femenino.
Nunca la mujer estuvo situada en un lugar tan alto en la historia como aquella mañana en Nazareth, cuando María, humilde hija de Israel, ofreció su cuerpo y su entera existencia al proyecto salvador de Dios.
Nunca antes ni después el sexo femenino realizó un acto tan decisivo en el curso de los tiempos, como cuando ella dio a luz, en una oscura cueva, al que sería Luz del mundo.
Nunca una mujer fue tan influyente, tan valorada, tan enaltecida, como cuando Ella -sí, esa de la cual te burlaste-, de pie junto al Hijo Bendito de su vientre -a quien osaste representar abortado- unió sus dolores de Madre al Sacrificio Redentor, llevando su Sí hasta el extremo, sin reservas, sin medidas.
Lo que has cometido es no sólo un pecado, sino también un delito. Y por eso, para educación de las nuevas generaciones, para que el mal no permanezca impune, para que nuestro pueblo no crea erróneamente que todo es posible, nosotros pedimos, exigimos de las autoridades una sanción ejemplar.
A la vez, aunque nos resulte difícil, aunque nuestras entrañas se revuelvan de ira, sabemos que el Niño que te atreviste a imaginar no nacido nos ha enseñado: "amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores".
A la vez que exigimos justicia, que exigimos respeto por nuestra fe y las personas que más amamos, a la vez que pedimos que se detenga la demencia y la anarquía cuando se trata de ofender a los católicos, elevamos una plegaria por vos, y por todas las mujeres que, como vos, no logran comprender.
Marina, en la horrenda imagen que representaste y todo el mundo pudo ver, hay sangre. Sangre de la Madre, pero también del Hijo. La sangre se derrama en el momento de la muerte, pero es, además, símbolo de la vida.
Esa sangre que representaste con irónico desprecio es tu esperanza, nuestra esperanza. Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Porque esa Sangre clama con más fuerza que la de Abel. Porque Jesús la derramó por tus pecados y los míos.
No conozco tu historia. Es posible que el amor verdadero y gratuito no haya visitado tu vida, es probable que no hayas podido experimentar aún la belleza del Rostro y del Amor de Jesús.
Pero quiero que sepas que si por un momento abrís tu alma; si dejás de lado el orgullo, si reconocés humildemente tu pecado, si te arrepentís de corazón... la Sangre del Hijo de María puede renovarte y limpiarte.
Dejame decirte, además, que esa Mujer, de cuya maternidad juvenil nos vino la salvación y la vida, cuyo parto virginal es el inicio de la nueva Creación. te está esperando. Ella ya te ha perdonado. Hay un sitio para vos en su Regazo. Como para todos nosotros, que cada día la invocamos, diciendo: "ruega por nosotros, pecadores".
Dejame decirte, por último, el secreto gigantesco que nos sostiene a todos los que amamos y defendemos a los no nacidos: LA VIDA VENCERÁ. Ni todo el odio del mundo, ni todas las astucias del mal, ni los poderes terrenos confabulados en su contra, podrán derrotarla. En realidad, LA VIDA YA HA VENCIDO. En la mañana del domingo, en la victoria Pascual, la Vida ha logrado el triunfo decisivo, que sólo espera a manifestarse plenamente cuando venga Jesús por segunda vez.
Mientras tanto, los que amamos y defendemos la vida, seguiremos firmes en la brecha, aunque parezca que vamos perdiendo por goleada. Porque el Amor y la Esperanza nos sostiene. Porque la fe nos dice: "lo que hicieron con al más pequeño, lo hicieron conmigo" Y porque Él prometió: "yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo".

 Fuente: www.facebook.es

martes, 14 de marzo de 2017

La estremecedora carta de una madre de alquiler: “No sé cómo te llamas, ni si estás bien, ni si siquiera existes”

Una carta muestra la estremecedora realidad que se oculta detrás del alquiler de vientres, un lucrativo negocio por el que centenares de personas ganan dinero en España, a pesar de ser ilegal.


Esta carta te la debo desde el día en que naciste. Ni siquiera me dejaron verte: sentí trastear entre mis muslos, sentí el cuerpo abierto de dolor, y enseguida te sentí llorar. Fue un ay y un adiós. “Intenta descansar”, me dijeron; pero los vi como a hienas, ensangrentados, saliendo a todo correr con el festín de mis entrañas.

 Todas éramos adultas, libres, altruistas -nos decían- para tomar la decisión de hacer felices a otras personas. Pero no. Yo lo hice por dinero. Durante nueve meses dispusieron de mí: me obligaron a seguir una dieta específica, a no fumar, a no beber, a no tener relaciones sexuales con extraños; y me fueron pagando mes a mes, para tenerme controlada. El resto me lo dieron al final, todo junto, como a Judas.
Sé que existen países en donde se puede comprar una esposa; yo no fui propiedad de ningún hombre, pero arrendé mi cuerpo. El contrato que firmé no me permitía ni siquiera abortar. Fui una ramera: el útero es más íntimo aún que la vagina.

En la clínica –se me antojaba una granja de conejas parideras- en la que negociaban con nuestros vientres, nos insistían en que estábamos haciendo una obra de caridad, en que éramos buenas samaritanas; estéril alegato: una mujer rica jamás cederá su cuerpo para que una pobre pueda tener un bebé; es más, conociendo nuestras procedencias, los ricos ni nos dejarían entrar en sus hogares.

Tus padres, bueno, los que pagaron por ti, eran una pareja de homosexuales. Una noche, en cama, los senos turgentes como un balón, el ombligo brotado como un níspero, mientras sentía tus piececitos golpear en mi conciencia sentí rabia: ‘Estos deben pensar que les cuesta igual a ellos echar un flato que a una mujer parir un hijo’. Seguro que lo entenderás cuando seas mayor. Espero que también se lo reproches: a mí me quedó lidiar con esta culpa que me mata; ellos tendrán apoyo psicológico y permiso por maternidad en su país.

Hasta he llegado a maliciar que, con tal de no tener dolores de parto, ni estrías, ni senos caídos, algunas mujeres pijas, en el futuro, podrán encargar un hijo como se encarga un cake en la tahona.

Dicen que no tenemos ningún vínculo, pero yo no soy un marsupial: de mí recibiste las proteínas y el alimento que necesitabas; y hubieses recibido mi anemia, o mis infecciones, si las hubiese tenido.

Dicen que soy una mera incubadora; pero el amor se siente, no se razona: un padre, aunque lo obligue la ley, no lo es por un encuentro fortuito; una madre siempre lo será, así la parta en dos la justicia salomónica.
Dicen que la paternidad es un derecho: lo sería si todos los huérfanos lo tuvieran primero a ser adoptados. A todo esto no sé cómo te llamas, ni si estás bien, ni si siquiera existes. ¿Y si a pesar de mis cuidados hubieses nacido enana o con síndrome de Down? ¿Devolverían el producto? Quiera Dios no estés en un orfelinato.
El fin no justifica los medios. Lo mío fue un contrato mercantil: Dignidad subrogada, cosificación, trata de vientres, estraperlo de bebés: rotura de principios, no de tabúes. La maternidad es fuente de vida, no de ingresos. Y no, no he donado un órgano. He vendido un ser vivo.

Ya no merezco seguir viviendo.

Esta carta (no sé cirílico) la encontraron en el bolso de Svitlana. A Svitlana, una mujer joven, la encontraron flotando en el río Niéper. En Ucrania es legal la gestación subrogada.

Fuente: infovaticana.com