Curiosa escena
nos presenta el Evangelio de hoy… si los apóstoles durante 50 días han podido
estar con Jesús resucitado, le han tocado e incluso han comido con Él… ¿cómo es
que hoy nos los encontramos reunidos, eso sí, pero no con gozo, no con alegría…
sino unidos por lo más penoso que les puede unir… el MIEDO? De repente, algo
pasó, nos dice la primera lectura que un gran ruido del cielo irrumpió en aquel
cuarto que tenía las puertas y ventanas cerradas, debió ser grande el estruendo
pues gente de diversas procedencias que estaban por allí, fueron al lugar a ver
qué sucedía. ¿Qué pasó en aquel cuarto de Jerusalén para que unos cobardes discípulos
se decidieran a abrir las puertas, a hablar en idiomas que ellos no conocían y
sobre todo, cambiar su miedo en gozo, júbilo…? Mirad: nos dice la Biblia que tan
contentillos estaban que parecían borrachos… Ya no es el miedo el que les une, ¡es
la fuerza de Espíritu Santo!
Hoy nosotros
celebramos Pentecostés, la fiesta del Espíritu, hoy esa fuerza que irrumpió
hace 2000 años sigue irrumpiendo en la vida de miles y miles de personas. Es
complicado entender al Espíritu. A los niños de catequesis les digo que el
Espíritu es como la música, que no se ve, pero se escucha, se siente, te
provoca sensaciones… ¿Cómo podemos vivir nosotros esta Espíritu?
Cuentan que
mientras trabajaba Miguel Ángel en la obra considerada “la más perfectas de las
esculturas”, el David, un niño lo observaba pegar martillazos a aquella roca de
mármol sin forma. Al acabar el artista mostró a los espectadores su obra
maestra y el pequeño, que junto a su padre contemplaba la perfección de aquella
figura, le preguntó a éste: papá… cómo
sabía Miguel Ángel que dentro de esa roca sin forma e incluso fea se encontraba
este Señor, el David. Esta historia ilustra de forma singular la obra del
Espíritu Santo en nuestras vidas: Él es el artista, el escultor que va puliendo
la roca a veces sin forma que somos y nos va perfeccionando. Claro todo artista
necesita un referente, un modelo ¿quién
es el modelo? ¿En quién se inspira el Espíritu? En Jesucristo, el hombre
perfecto. Nuestro trabaja consiste en ser dóciles a sus inspiraciones, en dejarnos
trabajar por el cincel del Espíritu. Porque a nosotros en el bautismo se nos es
regalado lo más preciado que alguien puede tener: el ser hijos de Dios. Este
Dios, tiene un proyecto para cada uno de nosotros, un plan, un designio, es
mediante el Espíritu como nosotros lo vamos realizando, pero claro… sería un
poco irresponsable decir: ah! ¡Pues que
trabaje el Espíritu! La llave de paso la tenemos nosotros, yo decido dejar
trabajar al Espíritu en mi vida.
Los apóstoles se
dejaron moldear por Él, salieron de aquella casa y ya no volvieron a tener
miedo, les daba igual arriesgar la vida con tal de anunciar aquello que les
llenaba de gozo y sentido. Los santos, se han dejado modelar por el Espíritu,
es curioso como a veces la gente no entiende a la iglesia, ni al Vaticano, ni a
los curas… pero en cambio sí que se quitan el sombrero al ver los frutos que dio
la Madre Teresa de Calcuta, o como reconocen que el mensaje del Santo Padre es
de paz y justicia para todos. Los discípulos hablaban en muchísimos idiomas… pero
no seamos ingenuos, el idioma no deja de ser el vehículo, lo importante es el
mensaje que anunciaban. Jesucristo no es Alguien que quedó en el ayer. Hoy
somos nosotros los que lo hemos de anunciar, es el Espíritu el que nos impulsa
a hacerlo, y el que no lo hagamos es ir en contra de nosotros mismos. Ya no
cabe miedo ni esos mal entendidos respetos humanos, ya no vale aquello de ¿Qué van
a pensar de mí si les digo que voy a misa?, o peor aún ¿Qué me van a decir si
les invito a misa?
Hermanos:
alegría, gozo, júbilo, ánimo. El Espíritu de Dios está EN nosotros, la fuerza
del Amor nos transforma, Jesús nos acaba de decir: cómo el Padre me ha enviado yo os envío a vosotros, dejémonos llevar
por Él, que la eucaristía que vamos a recibir nos dé esa convicción, la
convicción de ser hijos de Dios, enviados a anunciar, para compartir, este gran
regalo.
Que así sea.