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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

sábado, 8 de septiembre de 2012

Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario


Le traen a Jesús un discapacitado y acuden a Él esperanzados en el Maestro, y Él se compadece del enfermo, y no solo accede a curarle sino que quiere hacerlo con delicadeza. Jesús estaba de paso, iba de camino, pero se detiene y lo conduce a un lugar tranquilo, lejos de la curiosidad de la gente y le da la primera curación… la compañía, lo lleva a estar con Él, a solas, en silencio, y después, la segunda curación, le abre los oídos y le hace hablar. Mirad si para aquel sordomudo fue importante aquello que no sé cansó de contarlo e incluso repitiendo aquella primera palabra que escuchó de boca de Cristo: Effetá!
¿Y por qué la Iglesia nos propone hoy este Evangelio? El sordomudo es el símbolo de todos aquellos que cierran sus oídos para escuchar la Palabra de Dios y que, al no escucharla, tampoco pueden responder con su lengua y proclamar la alabanza al Señor. Este relato nos lleva a preguntarnos cómo andamos de audición. Los expertos aconsejan que una vez al año vayamos al médico y nos hagamos una revisión de oídos, para saber si oímos bien. ¿Cuándo fue la última vez que hicimos esta revisión de oídos, pero no físicos, sino espiritual? ¿cuándo nos preguntamos que quiere Dios de nuestra vida? ¿Cuál es la voz de Dios en nuestro día a día, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con nuestros hijos, con los vecinos…?

Hoy vivimos en la era de las telecomunicaciones y sin embargo ¿creen ustedes que nos comunicamos más que hace 100 años? Es verdad que al minuto de pasar algo por televisión, radio o internet ya estamos informados, pero cómo es que hay estudios que dicen que nunca había habido tanta gente que se sintiera tan sola. Hoy las relaciones entre personas son bastantes superficiales, ahora con el facebook (internet) tenemos más amigos que nunca, pero… ¿se puede hablar de relación personal profunda? Digo esto porque el sordomudo estaba incomunicado, aislado, necesitó de Cristo para conectarse con la realidad, nosotros, cristianos, también necesitamos de Él para comunicarnos con Dios y los hermanos.

Con los hermanos la segunda lectura ha sido muy clara y explícita, nos dice Santiago que a un cristiano no le valen favoritismos, que da igual si uno es pobre o rico, si me cae bien o mal, que somos todos hermanos, que no podemos hacer acepción de personas, que no nos valen excusas para no hablar, para no comunicarnos o relacionarnos con alguien. Es más, no da igual con quien nos relacionamos, si hemos de elegir, lo hemos de hacer según la preferencia del Señor, por los pobres y más desfavorecidos.

¿Y cómo comunicarse con Dios? ¿Es eso posible? La respuesta es un sí rotundo, Dios se ha hecho hombre justamente por eso, para comunicarse, para establecer comunión con nosotros y nosotros con Él. El problema es que sin querer invertimos el orden de comunicación… Dios el primer emisor, el primero que habla, y nosotros los que escuchamos… pero claro… a veces nos pasa como aquel que tenía el autoestima tan alta que ante el sagrario rezaba… Tú confía en mi Señor, confía en mí. Dios nos habla de muchas maneras, de manera privilegiada en la Biblia (es… Palabra de Dios) pero también a través del sacerdote en la confesión, en la dirección espiritual, en el pobre, en el mendigo, en el necesitado…

Es más fácil pensar que cuando rezamos Dios no nos oye, que está sordo… mira que le pido pero Señor… me gustaría, y perdonar el atrevimiento, contar resumidamente un cuento de Jorge Bucay, un psicólogo, que dice que había un señor que llamaba a su médico muy preocupado porque se había dado cuenta que su mujer se estaba volviendo sorda. El médico que era de confianza le dice que la llame en ese mismo momento para detectar su grado de sordera y este señor empieza a gritar… ¡María! y María no responde, no doctor, no oye nada; el médico le dice que se acerque un poco y lo vuelva a intentar… ¡María! pero otra vez no haya respuesta en su mujer, el médico le insiste y le dice que se acerque a su mujer a un metro y la llame de nuevo, el señor se acerca y le grita enérgicamente: ¡¡María, María, María!!, y la mujer se gira ya aturdida y le dice ¡¿qué quieres, que quieres, que quieres?! Ya me has llamado como diez veces y diez veces te he contestado ¿qué quieres?... tu cada día estas más sordo, deberías consultar con el doctor!

Con esta simpática historieta este psicólogo enseña que a nivel humano cuándo hay un problema no solo es de una de las partes sino de las dos, pero a nosotros nos puede ayudar a darnos cuenta que no siempre ponemos los medios necesarios para escuchar a Dios en nuestra vida. A rezar hablemos, pidamos, preguntemos a Dios por nuestros problemas y circunstancias, pero también dejemos un tiempo, un espacio de silencio, para estar cara a cara con el Señor, como lo estuvo el sordomudo, para que el Señor nos pueda decir Effetá, ábrete, escucha, obedece a mi Palabra en tu vida.

Para terminar un pequeño detalle que nos puede pasar desapercibido, y es que ¿quién llevo a Jesús al sordomudo? Ojalá nosotros tengamos ese tipo de amigos que nos acerquen a Cristo, y nosotros a la vez, sin miedo, sin complejos, tengamos el valor, el coraje de traer a Cristo a tantos y tantos sordomudos de Dios que sin quererlo no pueden escuchar y menos proclamar las maravillas que el Señor hace por nosotros.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Homilía Domingo 22 tiempo ordinario. Ciblo B


Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

En la Carta del Apóstol Santiago, que comenzamos a leer hoy y que nos acompañará durante los siguientes domingos, se nos habla de lo importante que es que nuestra fe no se quede en palabras, sino que sepamos poner en práctica la Palabra de Dios a través del amor y del servicio.

El Evangelio hoy nos cuenta que Jesús había sido invitado a comer a casa de un fariseo. Los fariseos era un grupo de judíos que cumplía con todas las normas, eran buenas personas, bien vistas porque siempre hacían lo correcto. Jesús, de repente, estando invitado en casa de uno de ellos, con total libertad, se atreve a poner en entredicho ese modo “correcto” de vivir la religión.

Las leyes, las normas y los mandamientos externos solo nos sirven si nos ayudan a transformar nuestro interior, nuestro corazón. Nuestra relación con Dios, el venir cada domingo a la Iglesia, el profesar la fe católica, nos ha de llevar a ser mejores personas. Si no es así, algo falla. Es desde dentro de donde salen nuestras actitudes, si cambiamos el corazón, cambiarán nuestras costumbres. Esta es nuestra gran tarea a lo largo de nuestra vida: cambiar nuestro corazón, configurarlo al de Cristo, tener los mismos sentimientos que Él.

Hoy la ciencia tiene muy estudiado eso de los gérmenes patógenos, contagio de enfermedades y demás, la sociedad actual está obsesionada por la higiene del cuerpo hasta extremos inverosímiles. El mercado de los cosméticos y productos higiénicos está saturado hasta la saciedad. Pero… ¿quién se ocupa de la higiene del alma? ¿Quién está interesado en la pureza del corazón? ¿Quién se prepara para ver a Dios con una fe limpia y un corazón puro? Ahora estoy leyendo un libro sobre la Madre Teresa de Calcuta y cuenta que ella se confesaba cada semana; y claro, podemos pensar… ¿qué necesidad podía tener esta mujer de confesarse tanto, si no era más que bondad? Y la respuesta es clara: no se baña más el que está más sucio, sino el que tiene más sentido de la higiene.

Las lecturas de hoy nos invitan a hacer un profundo examen de conciencia sobre la importancia que damos a la limpieza de corazón, profundo pero a la vez sencillo, bastará con preguntarnos cómo vivimos nuestra fe con respecto a nuestra manera de vivir, a nuestra manera de tratar a los demás y a nuestra manera de administrar el dinero. Dicen que todos somos amigos hasta que nos tocan el bolsillo. Limpios de corazón no son los que se lavan las manos y pies siete veces al día. A Cristo lo condenó un hombre que tuvo mucho cuidado de lavarse las manos en público antes de firmar la sentencia. De la raza de Pilato descendemos la mayoría de nosotros. Los que nos lavamos las manos tratando de convencernos de que no somos responsables de los que está ocurriendo a nuestro alrededor. Todos nosotros sabemos muy bien que no podemos arreglar todos los males que hay en el mundo, esta crisis económica mundial, pero nos olvidamos de que sí podríamos arreglar la partecita de mundo que nos corresponde. Cada uno según pueda, pero hay un poco que nos corresponde.

Santiago nos da la clave para que estas palabras que hemos proclamado no se queden en engaño: la palabra de Dios se lleva a la práctica atendiendo a los más necesitados y rechazando aquello que nos aleja de Dios.

En el fondo, todo es un mensaje que va a parar al mismo sitio, y es que nuestra religión no se aprende en los libros, sino que se vive y se practica en la vida y con los demás, a través del amor y el servicio.