Seguramente todos conocéis la historia que cuenta que San Agustín paseaba
por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad
cuando se encontró a un niño que intentaba meter toda el agua de la mar en un agujerito
que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le
respondió que todavía era más imposible comprender el misterio de Santísima
Trinidad para una inteligencia humana.
Esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que el misterio
de la Trinidad, es justamente eso, un misterio, y que intentar hablar de él no es
nada fácil.
Pero… ¿por qué los cristianos creen en la Santísima Trinidad? ¿No es
bastante difícil creer que Dios existe como para todavía añadir que también es
«uno y trino»? ¡Los cristianos creemos que Dios es «uno y trino» porque creemos
que Dios es amor!
Si Dios es amor, tiene que amar a alguien, no existe un “amor al vacío”, sin objeto. Pero... ¿a
quién ama Dios para ser definido como Amor?
¿A los hombres? Pero los hombres sólo existen desde hace tan sólo unos millones
de años... ¿al cosmos? ¿al universo? Pero el universo sólo hace unos millones
de años que existe... antes de todo esto... Dios existía, es eterno... ¿a quién
amaba Dios? No podemos decir que se amaba a él mismo porque eso no sería amor,
sería egoísmo o narcisismo. La respuesta cristiana es clara: Dios es amor porque desde la eternidad tiene
dentro de si un hijo, el Verbo, a quien ama con un amor infinito, a este amor,
lo denominamos Espíritu Santo. Uno que ama, es decir, el Amante, uno que es
el Amado, y uno que es el Amor que los une en comunión.
En la primera lectura del Deuteronomio, hemos visto un Dios que se desvive
por su pueblo, que a veces incluso se muestra celoso ante la indiferencia de
sus elegidos, nos dice que Él es un Dios-para-nosotros,
y que lo que quiere es que sigamos sus consejos para ser felices.
San Pablo, nos muestra otra característica, y para mí, la clave de nuestra
alegría. Dios es un Dios-en-nosotros,
que no sólo nos acompaña sino también que hace morada en nosotros. Nos dice que
ya no tenemos un espíritu de esclavitud, ya no tenemos que estar a merced de
los dioses, no hemos de tener miedo de sus caprichos, nosotros tenemos un
espíritu de hijos, Dios es nuestro Padre, considerar esto nos tendría que
llenar de alegría, que Dios sea muestro Padre implica muchas cosas… ¿qué Padre
no escucha a su hijo? ¿Qué padre no socorre a su hijo cuando este le necesita? ¿Qué
padre no mira más las virtudes que los defectos, pecados de su hijo? A veces
nos olvidamos que pedimos perdón a Dios porque no correspondemos a su amor,
pero este perdón no es más que una consecuencia del amor primero que Él nos
tiene.
En el Evangelio se nos da una última característica de Dios: es un Dios-con-nosotros, acabamos de escuchar
que Él está con nosotros hasta el fin del mundo. Nos ha enviado a hacer
discípulos suyos, a veces un trabajo duro, trabajo de sembrar y no de recoger,
nos podemos desanimar... pero ¡tranquilos!, no vamos por libres, ¡no somos
francotiradores!, Él está con nosotros, y con Él toda la Iglesia.
Está claro que la Trinidad es un misterio, pero creo que no nos tenemos que
quedar en una elucubración teológica, sino que lo importante de la Trinidad es
vivirla. Aunque las Tres Divinas Personas sean inseparables, para una mejor
comprensión, al Padre se le atribuye la Creación, así no nos resulta difícil
reconocerlo en una puesta de sol, en un bello paisaje o al contemplar la
naturaleza humana. Al Hijo, la redención, es por Él que somos hijos en el Hijo,
sabemos que hay un Padre porque hay un Hijo. Y al Espíritu Santo se lo atribuye
la obra de santificación. ¿Qué quiere decir eso de santificación? Cuentan que
cuando Miguel Ángel esculpía al David, la escultura más perfecta del hombre,
había un niño que lo observaba hacerlo, lo vio escoger la piedra y vio como la
trabajaba. Cuando el artista hubo acabado, mostró la perfección de aquella
figura, y el niño pidió a su padre: papá,
¿cómo sabía Miguel Ángel que dentro de aquella roca había este señor?, ¿cómo
sabía que había el David? Así Dios Padre, cuando nos creó nos hizo su
imagen y semejanza. La obra del Espíritu Santo en nuestra vida es esta, ir
esculpiendo la roca que somos y sacando así todo aquello que nos separa de ser
cómo Dios y haciendo que sobresalga todo lo bueno que tenemos. Nuestro trabajo
consiste al dejarnos trabajar por el Espíritu.
Es curioso como a veces damos muchas cosas por supuestas, si nos preguntan
por la calle en qué Dios creemos nos ponen en un compromiso pues no sabemos que
tenemos que responder. Ayer leía un artículo que decía que cada cinco minutos
muere un cristiano por el hecho de ser cristiano, por el hecho de decir yo creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Gracias a Dios en España no nos toca vivir este tipo de persecución religiosa,
pero esto no nos puede acomodar, no nos puede hacer caer en un aburguesamiento
dónde todo está permitido, donde todo vale, tenemos que estar preparados para
la cultura en la que vivimos, tenemos que dar razones de nuestra fe, tenemos
que saber responder cuando nos pregunten qué decir que Dios es Padre, o que es
Espíritu Santo, tenemos que tener un mejor manejo de la Biblia, somos capaces
de leernos en un par días un libro, y puede pasar un mes o dos sin abrir ni por
casualidad el Nuevo Testamento para leer un capítulo. Hermanos tenemos que
cuidar el regalo que Dios nos hace, Dios en el bautismo nos ha colmado de
dones, hemos ser responsables, responder a la oferta que se nos hace, tenemos
que dar fruto. Es verdad que Dios es capaz de hacer cosas imposibles, pero no
le damos tanto de trabajo, esforcémonos en profundizar nuestra relación con Él.
Por lo tanto, ánimo, coraje, no estamos solos, ante las dificultades,
adversidades, problemas... aunque sean muy grandes, tenemos que saber que más
grandes es nuestro Dios. Hagamos que nuestra vida sea toda llena de sentido y
sea toda ella para dar gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era
al principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.