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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

domingo, 4 de noviembre de 2012

Homilía Domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo B. Primera Misa


Una vez la madre Teresa de Calcuta preguntó a su director espiritual: ¿cómo puedo saber si Dios me llama y para que me llama? Y él le contestó: lo sabrás por tu felicidad interior, allí donde te bote el corazón. La alegría profunda del corazón es la brújula que nos marca el camino que debemos seguir en la vida y no podemos dejar de seguirla aunque nos conduzca por un camino sembrado de espinas.
Si hace 10 años me hubieran dicho que yo hoy estaría aquí, no lo hubiera creído, si se lo hubieran dicho a mi familia, supongo que menos aún. Sin embargo, Dios a mis 17-18 años introdujo en mi corazón una idea que desde entonces no me deja tranquilo. Empecé con la búsqueda del sentido de mi vida, la búsqueda del camino que llene más plenamente mi corazón.  El sacerdocio se presenta como el  camino, como la respuesta.
Muchas veces me han preguntado por qué tengo fe.  Uno de los pilares fuertes de mi fe es la propia historia, si hago memoria de mi historia desde pequeño, en familia, en clase, con los scouts, en el colegio… descubro como Dios siempre ha estado presente, la mayoría de veces sin yo darme cuenta, pero con los ojos de ahora, veo como en pequeños detalles nunca he estado solo, Dios siempre ha estado a mi lado y me ha ido buscando y llamando, y tras una larga espera, ante una llamada hay que responder, o sí o no, pero hay que responder. 
Julio… ¿te lo has pensado bien? ¿sabes a todo lo que renuncias?¿estás seguro? Preguntas así, infinidad de veces me han hecho desde que entré en el seminario y más en este último tiempo. Siento una paz interior y sobre todo una alegría muy grande. Sí, lo he pensado mucho, sí, sé que es para toda la vida, sí, sé que hay renuncias, sí, sé que… y así podría seguir. Sé de quien me he fiado, sé en quien he puesto mi confianza. Quiero decir que no vivo esto como si yo le estuviera haciendo un favor a Dios… ¡que va! Al contrario, el favor me lo está haciendo Dios a mí. Ese  Dios en quien creemos me ha elegido para estar a su lado, ¿y por qué? Pues yo no lo sé. Porque él ha querido. Hubiera encontrado muchos más listos que yo, más guapos, más fuertes, más sociables, con más méritos, más capacidades… pero se ha fijado en mí. Al tomar conciencia de esto, al sentirme amado de forma totalmente desinteresada, solo me brota una palabra… GRACIAS.
En catequesis de jóvenes suelo proponer a los chicos un proverbio hindú: “Tenemos todo aquello que no podemos perder en un naufragio” La respuesta, es… nada. No tenemos realmente nada, y esto no es una visión negativa de la vida, al contrario… cuando uno descubre que todo lo que es y todo lo que tiene le es dado, que todo es un regalo de Dios… el gozo le desborda y no puede más que agradecer y vivir abandonado en aquellas manos que lo proveen de todo.
Hoy el Evangelio nos muestra a un escriba que va a preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal, es decir… ¿qué es lo que quiere Dios en nuestra vida? La primera parte de la respuesta de Jesús es previsible: amar a Dios sobre todas las cosas, la segunda parte es novedosa, pues amar a Dios es muy fácil y puede quedar muy en abstracto, puede quedar en las nubes… Jesús concreta y dice: y al prójimo como a ti mismo. Si el amor de Dios no se muestra en los hermanos, en el que tenemos al lado… el Evangelio es poesía desarraigada, que no implica compromiso y no puede cambiarte la vida. Amar a Dios en los hermanos, ver a Jesucristo en el que tengo delante, eso es lo que Dios quiere le responde Jesús.
El amor no es un sentimiento, los sentimientos así como vienen se van, el amor es una decisión.  Vivimos en un mundo que tiene la queja como forma de vida, vivimos en un mundo triste, agobiado, impersonal, codicioso, erotizado, materialista… se necesita nuestro sí, nuestra decisión a amarlo, a abrazarlo… solo desde el amor se puede transformar la realidad. De nuestro sí depende una ínfima parte de la realidad, pero ínfima o máxima… al fin y al cabo es una  parte que depende de nuestro sí, y nosotros cristianos cautivados por el amor que Dios nos tiene, estamos llamados a anunciar al mundo, a nuestros hermanos, que la vida tiene sentido, que el sufrimiento también lo tiene, que la respuesta a nuestros interrogantes más profundos ni el dinero, ni el sexo, ni la fama, ni las drogas ni siquiera las espiritualidades anti-estrés más famosas pueden responder, el hombre tiene ansía de infinito, de plenitud, de sentido, y la respuesta es una: Jesucristo. Y nos llamaran locos, ilusos… lo que quieran… pero sabed que el sordo también piensa eso cuando ve a alguien bailar porque no es capaz de entender que aquel baila porque escucha la música. San Pablo dice… no me avergüenzo de lo que me pasa, no me da vergüenza que se rían de mi… no me importa, pues sé bien en quien he puesto mi confianza, en el salmo lo cantábamos… tu Señor eres mi fortaleza, mi alcázar, refugio.
Queridos hermanos, ayer fue el día más importante de mi vida, respondí sí al proyecto de Dios en mi vida. Ese sí, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo se tiene que dar. Soy libre, tengo una libertad mantenida, cada momento hay que elegir por Cristo. Me impone muchísimo, me da terrible miedo ser otro Cristo en medio de vosotros. Pido a Dios que me sostenga y me conforte, y vosotros os pido desde mi máxima humildad que me ayudéis a vivir mi sacerdocio desde el amor, el servicio y la fidelidad, ayer me entregué totalmente a la Iglesia, me he consagrado pastor suyo, rezad a Dios por mi y estad a mi lado.