Navegando
por los mares de internet me encontré de frente con una foto que me resultó muy
familiar. Supongo que a los que hayan visto La Última Cima también
se los parecerá. Ya en la película me impactó la serenidad y la paz que
irradiaban los ojos de este sacerdote a punto de ser fusilado. No sabía nada de
él ni de su causa, pero me ha parecido interesante presentarles a una persona
valiente que no dudó en dar su vida por Cristo. Hoy, donde tanto nos pensamos
muchas veces si hablar o no hablar en público y según delante de quién por
miedo a ser tachados de retrógrados, fascistas, homófobos y hasta beatos… pues
¡ojalá hicieramos méritos en vida para que ser realmente beatos y no sólo eso
sino santos también! pues si éstos son los ojos de alguien que va a morir… me
atrevo a decir que son los ojos de alguien que tenía la certeza y la
serenidad de saber a dónde iba y quién le esperaba.
Beato
Martín Martínez Pascual. Nació en Valdealgorfa, provincia de Teruel y
diócesis de Zaragoza, el 11 de noviembre de 1910.
Su
vocación surgió del contacto con un sacerdote ejemplar, D. Mariano
Portolés, que suscitó muchas vocaciones en Valdealgorfa. Este sacerdote
cultivaba con esmero los gérmenes de vocación y acompañaba a los seminaristas
en vacaciones.
De
niño entró en el Seminario de Belchite y luego continuó en el Seminario mayor
de Zaragoza donde hizo todos los estudios, salvo el último curso 1934-35, que
ya había ingresado en la Hermandad. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de
junio de 1935. Fue destinado como formador al Colegio de San José de Murcia y
como profesor del Seminario diocesano de San Fulgencio.
Terminado
el curso, hizo los ejercicios espirituales en Tortosa del 26 de junio al 5 de
julio de 1936. Luego marchó de vacaciones a su pueblo y allí le sorprendió la
persecución.
El
26 de julio, avisado de que lo buscaban para matarlo, se escondió en casa de
algunas familias amigas. Más tarde huyó a una finca a tres kilómetros del
pueblo y se ocultó en una cueva.
El
18 de agosto por la mañana detuvieron a todos los sacerdotes que había en
Valdealgorfa. Al no encontrar a Martín, encarcelaron a su padre.
Inmediatamente, la familia envió recado a D. Martín para que escapara. Pero
éste, en cuanto se enteró, echó a correr a toda prisa hacia el pueblo para
presentarse al Comité. Un miliciano muy amigo le salió al paso, rogándole que
huyera; pero Martín le dijo que no podía consentir que su padre padeciera por
él y que quería correr la misma suerte que los demás sacerdotes. Ya ante el
Comité, este miliciano todavía quiso salvar a Martín, diciendo que se trataba
de un joven estudiante. Pero él confesó que era sacerdote y dio a su amigo un
abrazo para que lo transmitiera a su familia. “Yo quiero morir mártir con mis
compañeros”, decía.
Sólo
estuvo unos minutos apresado. Inmediatamente lo llevaron a pie hasta la plaza
del pueblo, donde lo subieron con otros cinco sacerdotes y nueve seglares a un
camión camino del cementerio. Antes de llegar, en el camino, los mataron. Los
colocaron de espaldas; pero Martín quiso morir de frente, como lo vemos en la
foto. Antes de disparar, les preguntaron si deseaban alguna cosa. Martín
respondió: “Yo no quiero sino daros mi bendición para que Dios no os tome en
cuenta la locura que vais a cometer”. Y después de bendecirles añadió: “Y ahora
que me dejéis gritar con todas mis fuerzas: ¡Viva Cristo Rey!”.