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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

sábado, 1 de septiembre de 2012

Homilía Domingo 22 tiempo ordinario. Ciblo B


Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

En la Carta del Apóstol Santiago, que comenzamos a leer hoy y que nos acompañará durante los siguientes domingos, se nos habla de lo importante que es que nuestra fe no se quede en palabras, sino que sepamos poner en práctica la Palabra de Dios a través del amor y del servicio.

El Evangelio hoy nos cuenta que Jesús había sido invitado a comer a casa de un fariseo. Los fariseos era un grupo de judíos que cumplía con todas las normas, eran buenas personas, bien vistas porque siempre hacían lo correcto. Jesús, de repente, estando invitado en casa de uno de ellos, con total libertad, se atreve a poner en entredicho ese modo “correcto” de vivir la religión.

Las leyes, las normas y los mandamientos externos solo nos sirven si nos ayudan a transformar nuestro interior, nuestro corazón. Nuestra relación con Dios, el venir cada domingo a la Iglesia, el profesar la fe católica, nos ha de llevar a ser mejores personas. Si no es así, algo falla. Es desde dentro de donde salen nuestras actitudes, si cambiamos el corazón, cambiarán nuestras costumbres. Esta es nuestra gran tarea a lo largo de nuestra vida: cambiar nuestro corazón, configurarlo al de Cristo, tener los mismos sentimientos que Él.

Hoy la ciencia tiene muy estudiado eso de los gérmenes patógenos, contagio de enfermedades y demás, la sociedad actual está obsesionada por la higiene del cuerpo hasta extremos inverosímiles. El mercado de los cosméticos y productos higiénicos está saturado hasta la saciedad. Pero… ¿quién se ocupa de la higiene del alma? ¿Quién está interesado en la pureza del corazón? ¿Quién se prepara para ver a Dios con una fe limpia y un corazón puro? Ahora estoy leyendo un libro sobre la Madre Teresa de Calcuta y cuenta que ella se confesaba cada semana; y claro, podemos pensar… ¿qué necesidad podía tener esta mujer de confesarse tanto, si no era más que bondad? Y la respuesta es clara: no se baña más el que está más sucio, sino el que tiene más sentido de la higiene.

Las lecturas de hoy nos invitan a hacer un profundo examen de conciencia sobre la importancia que damos a la limpieza de corazón, profundo pero a la vez sencillo, bastará con preguntarnos cómo vivimos nuestra fe con respecto a nuestra manera de vivir, a nuestra manera de tratar a los demás y a nuestra manera de administrar el dinero. Dicen que todos somos amigos hasta que nos tocan el bolsillo. Limpios de corazón no son los que se lavan las manos y pies siete veces al día. A Cristo lo condenó un hombre que tuvo mucho cuidado de lavarse las manos en público antes de firmar la sentencia. De la raza de Pilato descendemos la mayoría de nosotros. Los que nos lavamos las manos tratando de convencernos de que no somos responsables de los que está ocurriendo a nuestro alrededor. Todos nosotros sabemos muy bien que no podemos arreglar todos los males que hay en el mundo, esta crisis económica mundial, pero nos olvidamos de que sí podríamos arreglar la partecita de mundo que nos corresponde. Cada uno según pueda, pero hay un poco que nos corresponde.

Santiago nos da la clave para que estas palabras que hemos proclamado no se queden en engaño: la palabra de Dios se lleva a la práctica atendiendo a los más necesitados y rechazando aquello que nos aleja de Dios.

En el fondo, todo es un mensaje que va a parar al mismo sitio, y es que nuestra religión no se aprende en los libros, sino que se vive y se practica en la vida y con los demás, a través del amor y el servicio.