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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

domingo, 25 de noviembre de 2012

Domingo XXXIV del tiempo ordinario. Festividad de Jesucristo, Rey del universo (Cristo Rey)


¡Jesucristo Rey! Su trono una cruz, su corona real… es una de espinas, su corte, dos ladrones, su gran carruaje fue un burrito, su vestido… en la cruz iba desnudo. Viendo a alguien así… poca gente se puede imaginar que este pueda ser nuestro Rey, pero… lo es, qué distinto es nuestro Rey a los reyes de la tierra, la lógica de Dios es muy distinta a la nuestra.

El sufrimiento es algo, me atrevo a decir, connatural al hombre. Todas las religiones intentar dar un sentido al sufrimiento y tomar una decisión ante él. Los budistas, por ejemplo, intentan toda su vida eliminar el dolor, su cielo, el nirvana, el no va más… es la eliminación total del dolor… otras religiones hablan del sufrimiento como algo que hicimos mal en otra vida y ahora lo pagamos… el karma, imaginaos… un dios tan macabro que si lo haces mal te castiga hasta que, o lo haces bien o te conviertes en un perro por mala gente… Qué distinto es todo cuando se es cristiano porque… Jesús no nos dice que eliminemos el sufrimiento, que lo apartemos de nosotros, que lo saquemos de nuestras vidas… Jesús nos dice: Asume el dolor, ¡abraza la cruz! Acepta el dolor. Nada aparentemente nos hace distintos a las otras religiones, lo que cambia es la forma de ver a la vida, de situarse ante la realidad. Cuando uno mira al mundo desde Dios, descubre el sufrimiento, la desesperación, el desánimo, la tristeza, la cruz… y mirando a nuestro Dios, que está en la Cruz nos dice… abraza la Cruz, el sufrimiento… también tiene sentido, y no seas tan soberbio de pensar que tu cruz es muy grande, y que tu cruz la llevas solo, porque mirad… la cruz la lleva Cristo, y lo que hace es compartir un ínfimo peso de SU cruz con nosotros, solo somos cirineos que le acompañamos al calvario… y ¿por qué? ¿por qué siempre al calvario? Es que parece que solo hay sufrimiento… vaya religión la nuestra… Pero… vamos al Calvario porque, para resucitar, primero hay que morir, no puede vivir el que antes no muere.

Hermanos, con gozo, con la alegría de saber que hasta la muerte ha sido vencida, que nuestra Cruz no la llevamos nosotros, la lleva Cristo y que solo nos deja una parte pequeña a nosotros… anunciemos el Reino de Dios, todo Rey tiene su Reino y volvemos a preguntarnos por el reino de nuestro rey, pues… tampoco sigue una lógica muy humana. Si aquí el que manda es el que tiene más armas, más tanques, más poder… en el reino de Dios reina el que es manso de corazón, los que trabajan por la paz, si aquí mandan los ricos… allí los pobres, los humildes, si aquí es feliz el que vive el momento, el carpe diem, la vida loca, el que no sufre ni tiene problemas, allí los que lloran son consolados… qué distinto es todo cuando se ve desde Dios. Estamos llamados a hacer extensivo este Reino, es un Reino de Amor, y no un amor cualquiera, un amor que ha de amar… hasta que duela, decía a Madre Teresa de Calcuta, y solo si se vive desde aquí, el sufrimiento, el dolor, la angustia… puede tener sentido, pues solo desde Dios, solo desde el amor se entiende la Cruz, una cruz, que como hemos dicho y lo hemos de tener muy claro, primero no la llevamos nosotros, la lleva Cristo y segundo y más importante… la cruz no es para nosotros objeto de tortura, sino EL medio para resucitar.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Homilía Domingo XXXII Tiempo ordinario (Ciclo B) Primera Misa Santo Domingo (Inca)


Hace dos días en catequesis de confirmación, les conté a los chicos cómo había sentido la vocación, lo que llamamos el testimonio vocacional. Empecé diciendo que un día estaba en casa viendo televisión y vi como detrás del televisor salía como humo, era una nube y encima Jesús que me decía ¡Hazte cura! Obviamente esto no es así, no es verdad, pero empecé así porque parece que hoy en día que alguien decida hacerse sacerdote es algo muy raro, parece imposible que Dios llame a alguien a ser sacerdote.
¿Y si no vi a Jesús en una nube… cómo es que creo en Dios? Esa podría ser una pregunta lógica después de decir que Dios no me ha llamado subido a una nube. La respuesta es complicada por qué no sabría decir en qué momento tomé conciencia del amor que Dios nos tiene a cada uno, él amor que Dios me tiene a mí. Desde pequeño es verdad que fui bautizado y luego hice la comunión, pero más allá de eso, poca cosa en mi vida relacionada con la Iglesia, sin embargo si vuelvo la mirada atrás veo como Dios siempre ha salido a mi encuentro. Al llegar a Mallorca, tras la dureza que supone para un chico de 15 años dejar a su familia y amigos, me encontré con la alegría de un grupo de seminaristas que no sé porqué me entusiasmó, descubrí como si estaba cerca de Dios la alegría venía sola.
El momento de decidir para donde encaminar mis estudios fue decisivo. Es cuando uno se pregunta qué hacer de su vida, y aún más… ¿para qué estoy yo en este mundo? ¿Qué sentido tiene mi vida? La respuesta es igual en todos nosotros… queremos ser felices. El sacerdocio es la respuesta que Dios tiene a mi pregunta sobre mi felicidad.
Estoy muy feliz pues el Dios en quien creemos, Jesucristo, un día subió a una montaña y llamó a los que él quiso… entre los que eligió para estar con Él, pronunció mi nombre. Dios me ha elegido para estar en medio de su pueblo para perdonar en su nombre, acoger en su nombre, hablar en su nombre, ungir en su nombre, amar en su nombre.
El pasado sábado consagré toda mi vida a Dios y a su Iglesia, y alguien puede pensar… ¡qué buen chico! Hace un gran favor a Dios, y lo cierto es que es Dios el que me está haciendo un gran favor a mí.
En el Evangelio de hoy se nos presenta a una pobre viuda que da un par de monedas… unos pocos céntimos de hoy… insignificante para todo y para todos… menos para Dios. Jesús con su mirada atenta ve en aquello la entrega total de una persona a su providencia, no le ha dado lo que le sobra, le ha dado todo lo que tenía para vivir, y por tanto en aquella ofrenda iba su viva al completo, no se ha reservado nada… por si acaso. Vemos aquí una radicalidad de vida, una vida entregada al completo a la providencia de Dios. Ante este ejemplo es imposible mirar para otro lado, nos miramos en el espejo del Evangelio y vemos cuánto nos falta en entrega a Dios. Cuentan que un día fue un señor a confesarse y de penitencia le dijo el sacerdote: haz limosna, y claro el señor pregunto… pero ¿cuánto? Y el cura le dijo: hasta que te duela. Y es que claro, todos somos muy amigos y cristianos hasta que… nos tocan el bolsillo. 
Hoy quisiera invitaros a la luz del Evangelio a ver en esas moneditas que echamos en el cepillo no solo una ofrenda de lo que nos sobra, sino que ellas pongamos nuestra vida, todo lo que somos, lo que hacemos, la familia, los hijos, el trabajo, los éxitos, los fracasos, los sinsabores… todo lo que somos, pues una cosa es cierta, y por eso dije sí a Dios la semana pasada, CRISTO NO QUITA NADA, CRISTO NOS LO DA TODO, solo desde la entrega total, el abandono generoso, damos lugar a Dios en nuestras vidas, y solo desde ahí el puede actuar, el puede dar sentido a lo que somos y lo que hacemos, solo desde ahí, Él nos salva.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Homilía Domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo B. Primera Misa


Una vez la madre Teresa de Calcuta preguntó a su director espiritual: ¿cómo puedo saber si Dios me llama y para que me llama? Y él le contestó: lo sabrás por tu felicidad interior, allí donde te bote el corazón. La alegría profunda del corazón es la brújula que nos marca el camino que debemos seguir en la vida y no podemos dejar de seguirla aunque nos conduzca por un camino sembrado de espinas.
Si hace 10 años me hubieran dicho que yo hoy estaría aquí, no lo hubiera creído, si se lo hubieran dicho a mi familia, supongo que menos aún. Sin embargo, Dios a mis 17-18 años introdujo en mi corazón una idea que desde entonces no me deja tranquilo. Empecé con la búsqueda del sentido de mi vida, la búsqueda del camino que llene más plenamente mi corazón.  El sacerdocio se presenta como el  camino, como la respuesta.
Muchas veces me han preguntado por qué tengo fe.  Uno de los pilares fuertes de mi fe es la propia historia, si hago memoria de mi historia desde pequeño, en familia, en clase, con los scouts, en el colegio… descubro como Dios siempre ha estado presente, la mayoría de veces sin yo darme cuenta, pero con los ojos de ahora, veo como en pequeños detalles nunca he estado solo, Dios siempre ha estado a mi lado y me ha ido buscando y llamando, y tras una larga espera, ante una llamada hay que responder, o sí o no, pero hay que responder. 
Julio… ¿te lo has pensado bien? ¿sabes a todo lo que renuncias?¿estás seguro? Preguntas así, infinidad de veces me han hecho desde que entré en el seminario y más en este último tiempo. Siento una paz interior y sobre todo una alegría muy grande. Sí, lo he pensado mucho, sí, sé que es para toda la vida, sí, sé que hay renuncias, sí, sé que… y así podría seguir. Sé de quien me he fiado, sé en quien he puesto mi confianza. Quiero decir que no vivo esto como si yo le estuviera haciendo un favor a Dios… ¡que va! Al contrario, el favor me lo está haciendo Dios a mí. Ese  Dios en quien creemos me ha elegido para estar a su lado, ¿y por qué? Pues yo no lo sé. Porque él ha querido. Hubiera encontrado muchos más listos que yo, más guapos, más fuertes, más sociables, con más méritos, más capacidades… pero se ha fijado en mí. Al tomar conciencia de esto, al sentirme amado de forma totalmente desinteresada, solo me brota una palabra… GRACIAS.
En catequesis de jóvenes suelo proponer a los chicos un proverbio hindú: “Tenemos todo aquello que no podemos perder en un naufragio” La respuesta, es… nada. No tenemos realmente nada, y esto no es una visión negativa de la vida, al contrario… cuando uno descubre que todo lo que es y todo lo que tiene le es dado, que todo es un regalo de Dios… el gozo le desborda y no puede más que agradecer y vivir abandonado en aquellas manos que lo proveen de todo.
Hoy el Evangelio nos muestra a un escriba que va a preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal, es decir… ¿qué es lo que quiere Dios en nuestra vida? La primera parte de la respuesta de Jesús es previsible: amar a Dios sobre todas las cosas, la segunda parte es novedosa, pues amar a Dios es muy fácil y puede quedar muy en abstracto, puede quedar en las nubes… Jesús concreta y dice: y al prójimo como a ti mismo. Si el amor de Dios no se muestra en los hermanos, en el que tenemos al lado… el Evangelio es poesía desarraigada, que no implica compromiso y no puede cambiarte la vida. Amar a Dios en los hermanos, ver a Jesucristo en el que tengo delante, eso es lo que Dios quiere le responde Jesús.
El amor no es un sentimiento, los sentimientos así como vienen se van, el amor es una decisión.  Vivimos en un mundo que tiene la queja como forma de vida, vivimos en un mundo triste, agobiado, impersonal, codicioso, erotizado, materialista… se necesita nuestro sí, nuestra decisión a amarlo, a abrazarlo… solo desde el amor se puede transformar la realidad. De nuestro sí depende una ínfima parte de la realidad, pero ínfima o máxima… al fin y al cabo es una  parte que depende de nuestro sí, y nosotros cristianos cautivados por el amor que Dios nos tiene, estamos llamados a anunciar al mundo, a nuestros hermanos, que la vida tiene sentido, que el sufrimiento también lo tiene, que la respuesta a nuestros interrogantes más profundos ni el dinero, ni el sexo, ni la fama, ni las drogas ni siquiera las espiritualidades anti-estrés más famosas pueden responder, el hombre tiene ansía de infinito, de plenitud, de sentido, y la respuesta es una: Jesucristo. Y nos llamaran locos, ilusos… lo que quieran… pero sabed que el sordo también piensa eso cuando ve a alguien bailar porque no es capaz de entender que aquel baila porque escucha la música. San Pablo dice… no me avergüenzo de lo que me pasa, no me da vergüenza que se rían de mi… no me importa, pues sé bien en quien he puesto mi confianza, en el salmo lo cantábamos… tu Señor eres mi fortaleza, mi alcázar, refugio.
Queridos hermanos, ayer fue el día más importante de mi vida, respondí sí al proyecto de Dios en mi vida. Ese sí, cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo se tiene que dar. Soy libre, tengo una libertad mantenida, cada momento hay que elegir por Cristo. Me impone muchísimo, me da terrible miedo ser otro Cristo en medio de vosotros. Pido a Dios que me sostenga y me conforte, y vosotros os pido desde mi máxima humildad que me ayudéis a vivir mi sacerdocio desde el amor, el servicio y la fidelidad, ayer me entregué totalmente a la Iglesia, me he consagrado pastor suyo, rezad a Dios por mi y estad a mi lado.