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"Si sé que existe Dios, la vida se ve de un modo. Si no lo sé, veo el mundo de otro, y lo cierto es que son dos formas de ver la vida que me obligan a situarme. Las consecuencias de ambas dos son tan grandes, que no puede ser que este problema me deje indiferente" Pablo Domínguez

domingo, 16 de diciembre de 2012

Homilía III Domingo de Adviento (Ciclo C). Misa televisada


       La liturgia de este domingo tercero de Adviento nos propone como tema la alegría, hoy celebramos lo que se conoce tradicionalmente como el domingo de gaudete, que traducido del latín sería: alegraos, y es que si nos fijamos la primera y segunda lectura casi empiezan de la misma manera, al menos con similares palabras: Sofonías nos dice regocíjate, llénate de gozo, y en la segunda vemos la recomendación de San Pablo a los cristianos de Filipos: estad siempre alegres en el Señor, de nuevo os lo repito, alegraos. Y a continuación, el apóstol da la razón fundamental de esta alegría profunda: (alegraos porque…) el Señor está cerca. Y atentos, porque se deduce fácilmente que si la alegría nos viene porque el señor está cerca… la tristeza nos vendrá por nuestro alejamiento de Dios, o bien por nuestros pecados o bien por nuestra tibieza.
La Sagrada Escritura nos muestra como estar cerca del Señor es fuente de alegría: el ángel dice a María alégrate llena de Gracia, porque el Señor está contigo. Es la proximidad de Dios la causa de la alegría de la Virgen. Y Juan Bautista, no nacido aún, manifiesta su gozo en el seno de Isabel ante la proximidad del Mesías. Y a los pastores les dirá el ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo, pues os ha nacido hoy un Salvador. La alegría es tener a Jesús, la tristeza es perderle. La gente seguía al Señor y los niños se le acercaban (los niños no se acercan a las personas tristes) y todos se alegraban viendo las maravillas que hacía Jesús.
Vemos en el evangelio como la gente está expectante pues Juan Bautista les invita a la espera del Salvador.  La gente esperaba algo más grande, tenían la esperanza que algo nuevo podía suceder. Hay un director de cine francés que dice que no hay nada más triste que el amanecer de un día en el que uno piensa que nada va a suceder, levantarse y pensar que nada puede cambiar, que no hay nada nuevo que se puede esperar. Resulta alarmante y desconcertante el grado de desánimo y desgana que hay hoy en día entre la gente. Cuántas personas que creen que sus vidas no tienen sentido y que ya nada puede cambiar (muchas lamentablemente, y eso no sale en los medios  de comunicación, deciden quitarse la vida pues ya no tienen esperanza en mejorar y salir adelante), mucha gente está desesperada, sin esperanza, triste ¿por qué?
Creo que el Evangelio de hoy nos invita a ser testimonios de esperanza, testigos de la alegría que da el estar cerca del Señor, un Señor que viene en cada momento de nuestra vida a abrazar nuestra realidad, a asumirla, a dar sentido al dolor, al sufrimiento del mundo. Hay varios autores, entre ellos San Bernardo que nos hablan de las tres venidas de Cristo, la primera fue hace dos mil años en Belén, la tercera será cuando venga a juzgar a vivos y muertos, pero hay una intermedia, que es la venida que hace en cada momento de nuestra vida.
Hay que estar atentos, expectantes porque el Señor quiere estar presente en nuestro día a día. Tú no metes a Dios en tu vida cuando tú quieres, es Él el que se mete en tu vida sin pedir permiso, en el momento inesperado. Por eso conviene tener los ojos bien abiertos pues viene el Señor y con Él la alegría.
Te invito a ti que estás en tu casa o en el hospital, pasando una enfermedad o por vejez o simplemente porque hoy has puesto la televisión y te has encontrado con la misa, te invito a estar alegre, confiado en que el Señor viene, que está cerca y necesita que tú le acerques a tantas personas que se encuentran hundidas, sin ganas de salir adelante. Todos tenemos problemas, sin sabores que sin querer el día a día va trayendo… la pena no nos la quita nada, los problemas los tienes si eres cristiano o no, lo que cambia es la forma de enfrentarlos, la perspectiva desde la cual contemplamos la realidad.
Por eso, nada de sonrisas forzadas, nada de alegría postiza y comprada, hablamos de una alegría profunda que no es un sentimiento, es un estado y es un síntoma indeleble de la conversión, de la cercanía evidente de Dios. Nadie que haya conocido al Señor –y haya perseverado—puede estar triste. Hemos oído muchas veces, la famosa frase: “un santo triste es un triste santo”. Y así es. Si la tristeza perdura en nuestros corazones es porque no hemos recibido al Señor. No hemos aceptado su llegada. Por encima de los sinsabores, enfermedades y problemas que podamos tener, está la alegría que Dios comunica a los que le aman, la alegría que da el sentirse amado por Dios, el sentirse alguien para Alguien, el sentirse alguien para Dios.




Misa televisadahttp://ib3tv.com/carta?id=b66a9758-2ca0-41cf-86fe-0c066da996c3 

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