Con Cristo todo, sin Cristo nada
Hemos de situar el contexto en el que San Juan nos
ofrece el relato del Evangelio que acabamos de escuchar: Jesús conoce la
mediocridad y cobardía de sus discípulos, por esto les manifiesta su mayor
deseo: Permaneced en mí. En muchas
ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a
él no podrán subsistir. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y
expresivas: "Como el sarmiento no
puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros
si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han
aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su
Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá. Con
Cristo todo, sin Cristo nada, separados de Jesús, sus discípulos no podemos
nada.
Pero Jesús va más allá: no solo les pide que
permanezcan en Él, sino también que sus
Palabras permanezcan en ellos. Hermanos, estas Palabras de Jesús las
encontramos en los Evangelios, en ellos entramos en contacto con su mensaje,
con su persona. Muchos cristianos buenos
de nuestras comunidades tienen un conocimiento del Evangelio de segunda mano, por lo que han escuchado
de los predicadores o catequistas. Cada vez se hace más necesario en la cultura
que nos toca vivir, que nosotros demos razones de nuestra esperanza, de nuestra
fe. Los católicos del siglo XXI, fuimos llamados por el beato Juan Pablo II a
una “Nueva Evangelización” y estamos siendo llamados por Benedicto XVI a la
re-evangelización del mundo. ¿Cuál fue el secreto de la primera evangelización?
La fidelidad, la permanencia, el contacto con nuestro Señor, un Señor que
encontramos en cada página de los evangelios. Y no nos engañemos, evangelizar
es transmitir a los demás lo que somos, no se trata de persuadir, de convencer
ni siquiera de captar a nadie, se trata más bien que al cruzarnos con alguien,
ese alguien nos mire y no se quede indiferente, que se pare y se pregunte… ¿y a
este qué le pasa que siempre está tan alegre y feliz? ¿qué es lo que tiene? Lo
que tenemos es la vida, vida que nos transmite Cristo, como la sabia se
transmite de la vid a los sarmientos.
Hay un pensador ateo del siglo XX que creía que la
vida era una pasión inútil. Que
nuestros esfuerzos, sufrimientos, proyectos eran estériles, vacíos, sin
sentido. Nosotros, hoy decimos, Jesucristo, nuestra fe, es fuente de vida. Una vida que se nos transmite porque estamos unidos a Él. Sólo así podemos
dar fruto, sólo así lo que somos… lo que hacemos cobra valor, vale la pena,
tiene sentido.
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